La entrevista con Miguel de la Mano, economista de RBB Economics, se realizó en el marco del seminario “Competencia y Conectividad: Regulando el Futuro de las Telecomunicaciones”, organizado por el Centro de la Libre Competencia de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
El diálogo aborda la relación entre infraestructura y transformación digital, la sostenibilidad de los modelos competitivos y la necesidad de alinear inversión y regulación.
A partir de su experiencia europea, nuestro entrevistado examinó las tensiones entre precios, calidad de servicio y despliegue de redes, así como el impacto de la consolidación en la inversión de largo plazo. El texto se organiza en cuatro ejes temáticos que articulan su visión sobre Chile, las lecciones internacionales y el papel de los reguladores en un mercado cada vez más exigente.

Infraestructura y transformación digital
La conversación con Miguel de la Mano comienza con una reflexión sobre la dependencia mutua entre la digitalización y la infraestructura. Sostiene que ninguna política tecnológica puede prosperar si no se construye sobre redes sólidas y sostenibles.
“Las redes digitales no pueden ofrecer los servicios que los ciudadanos esperan de las plataformas digitales si no existe una infraestructura de conectividad adecuada. Una depende de la otra, es evidente”.
Su análisis parte de una premisa simple: sin redes robustas no hay digitalización posible. Las telecomunicaciones constituyen el soporte de la economía digital y, en consecuencia, requieren políticas que incentiven su desarrollo sostenible.

Al referirse al contexto latinoamericano, De la Mano observa que Chile enfrenta desafíos similares a los de Europa. Destaca que la competencia intensa en precios ha reducido la capacidad de reinversión, afectando la estabilidad de las redes.
“Conozco poco el mercado chileno en concreto, pero por lo que he visto en seminarios y en conversaciones con colegas, Chile tiene una situación similar a la europea. Hay una competencia intensa en precios que ha reducido la capacidad de generar beneficios y, por ende, de reinvertir en infraestructura”.
Esta presión por competir en tarifas ha debilitado el ciclo de crecimiento y renovación tecnológica, provocando que los operadores destinen menos recursos a expansión e innovación.
“Esto limita la posibilidad de mantenerse al nivel de otras regiones, especialmente Estados Unidos. Cada país debe reflexionar sobre el grado de competitividad al que aspira. Si el objetivo es tener precios bajos, la estructura actual podría bastar. Pero si se busca atraer plataformas digitales e impulsar la economía digital, se requieren inversiones arriesgadas y sostenidas, y para eso es necesario un equilibrio distinto”.
El economista resume así la paradoja del sector: mientras más feroz es la competencia de precios, menor es la capacidad de inversión. Alcanzar un equilibrio entre accesibilidad y sostenibilidad es, según afirma, el verdadero desafío.

Eje 2. Competencia, concentración y sostenibilidad del mercado
Al analizar la estructura del mercado, De la Mano advierte que el número de operadores no garantiza por sí solo una industria sana. Lo esencial es mantener un entorno donde la competencia no impida la rentabilidad ni la inversión.
“En España hay cuatro operadores móviles principales, aunque también existen muchos virtuales. El número ideal depende de si el mercado mantiene un nivel adecuado de precios y, al mismo tiempo, una inversión constante que mejore la red y su estabilidad”.

El especialista explica que cuando los márgenes se reducen y las empresas dejan de encontrar atractivo el negocio, el desarrollo tecnológico se estanca. En ese punto, dice, la competencia deja de generar valor y se convierte en un obstáculo.
“Si se detectan señales de agotamiento, con empresas que ya no encuentran rentable seguir invirtiendo, entonces hay que revisar el modelo. La competencia no es solo de precios, también lo es en innovación y calidad de servicio. Sin expectativas de beneficio, no habrá desarrollo tecnológico, y sin desarrollo tecnológico, la economía digital se desplazará hacia otros países”.

En este contexto, la rentabilidad no es un fin en sí mismo, sino una condición necesaria para sostener la inversión. Un mercado saludable debe permitir tanto la competencia como la acumulación de capital suficiente para innovar.
De la Mano extiende su diagnóstico a los próximos años y se muestra optimista sobre la capacidad de Chile para encontrar un equilibrio regulatorio.
“Espero que Chile encuentre una solución. No es el único país que enfrenta este dilema. Existen ejemplos de naciones donde los reguladores han sido prudentes, pero también valientes al levantar ciertas restricciones a la consolidación”.

Los ejemplos internacionales muestran que permitir procesos de consolidación no significa renunciar a la competencia, sino fortalecerla a través de empresas más sostenibles.
“Esto ha demostrado beneficios a mediano y largo plazo para los consumidores, sin aumentos significativos de precios, pero con mayor inversión. Hay espejos en los que mirarse. Chile tiene las condiciones para seguir ese camino óptimo, aunque la competencia ya es global”.
Su razonamiento converge en una idea central: el desafío no es mantener muchos actores, sino asegurar que los que existan sean capaces de invertir y competir a escala internacional.
“Un país con buenas condiciones naturales puede hacer el mejor vino del mundo, pero en el caso de los centros de datos, lo esencial es contar con infraestructura de conectividad y energía. Si un país no puede ofrecer ambas, las inversiones se irán a otro lugar. Chile aún tiene la oportunidad de convertirse en ese polo de desarrollo que muchos esperan”.
La metáfora final resume la advertencia: sin infraestructura y energía, la digitalización pierde sentido. Chile —dice— aún está a tiempo de convertirse en un referente regional si prioriza ambos pilares.
Política de competencia europea y fusiones
Desde su experiencia en Bruselas, De la Mano sostiene que la rigidez de la política de competencia europea ha frenado el desarrollo del sector. Explica que la obsesión por proteger los precios a corto plazo ha limitado la capacidad de las empresas para invertir en innovación.
“Porque el análisis de competencia en Europa se ha centrado casi exclusivamente en el impacto inmediato sobre precios, ignorando los efectos dinámicos en inversión, innovación y calidad”.
El economista considera que este enfoque cortoplacista ha distorsionado el propósito original de la regulación. La política que debía garantizar mercados eficientes terminó desincentivando la modernización de las redes.
“Se aplicó un modelo estático donde cualquier reducción de competidores se asocia con alzas en los precios, sin considerar que esas mismas fusiones podrían sostener o aumentar la inversión a largo plazo”.
Para el especialista, la consecuencia es clara: los reguladores europeos han confundido competencia con fragmentación. En su afán de evitar concentraciones, han debilitado el dinamismo económico del sector.
El caso Orange–MásMóvil, dice, refleja con claridad esa visión rígida y punitiva que persiste en Europa.
“Ese caso es el mejor ejemplo del enfoque que yo llamo ‘How to Kill a 4 to 3 Merger’. Se aplican criterios rígidos: cuotas combinadas altas, pérdida de una fuerza competitiva importante, operadores virtuales débiles y una presunción automática de alza en precios”.
Esa práctica regulatoria, agrega, impide que los proyectos de consolidación logren prosperar, incluso cuando sus beneficios potenciales son evidentes.
“Con ese marco, ninguna operación puede prosperar, incluso si sus beneficios potenciales superan los riesgos”.
De la Mano insiste en que Europa debe actualizar sus métodos de análisis y permitir que la evidencia económica prime sobre los prejuicios regulatorios. Solo así, dice, podrá recuperar su competitividad en inversión y tecnología.

Rentabilidad, brecha de inversión y regulación futura
El economista profundiza en las consecuencias de la política europea y la compara con el modelo estadounidense. Sostiene que la brecha en rentabilidad e inversión no es casual, sino el resultado de decisiones regulatorias sostenidas en el tiempo.
“El ingreso promedio por usuario en Europa es de 15 euros frente a 42,5 en Estados Unidos. En banda ancha fija, 22,8 contra 58,6. Y la inversión per cápita en CAPEX es menos de la mitad: 109 euros frente a 240”.
Estas cifras, explica, reflejan la diferencia entre un modelo centrado en la expansión de infraestructura y otro enfocado en controlar precios. Mientras Estados Unidos capitaliza la inversión, Europa reduce sus márgenes y pierde competitividad.
“Esa diferencia explica por qué el flujo de inversión internacional se ha desplazado hacia Estados Unidos, donde las telecomunicaciones sostienen las industrias digitales y energéticas. Ya no podemos reírnos de su calidad de servicio como antes”.

La tendencia es, según él, una señal de advertencia. Los capitales globales se dirigen hacia ecosistemas donde las reglas favorecen la inversión a largo plazo y no penalizan el crecimiento empresarial.
En su diagnóstico final, plantea que Europa necesita una visión más pragmática que equilibre competencia y desarrollo.
“Europa necesita un enfoque más pragmático, que reconozca que la consolidación puede ser positiva si genera más capacidad de inversión y mejores servicios”.
Esa mirada, añade, debe ir acompañada de mecanismos institucionales capaces de asegurar el cumplimiento de los compromisos de inversión.
“El caso británico de Vodafone y Three es un ejemplo: la autoridad CMA aprobó la fusión con compromisos vinculantes supervisados por el regulador Ofcom. En Europa bastaría con delegar esa función a los reguladores nacionales. La clave es pasar de la desconfianza a la cooperación institucional”.
Con esta conclusión, De la Mano invita a repensar el modelo europeo: no se trata de reducir la competencia, sino de convertirla en una herramienta que impulse la inversión, fortalezca la innovación y garantice un desarrollo tecnológico sostenible.