A principios de este año, mientras ascendía al Nevado del Tolima, un conocido Volcán en Colombia, aprendí una lección que aplica igual en la montaña como en el mundo empresarial.

Para alcanzar la cima, no bastaba con ahorrar peso en la mochila ni con llevar el equipo más costoso. Lo importante es elegir de manera estratégica alimentos compactos, pero de alta energía, equipamiento confiable y liviano.
En los negocios, en términos regulares, no en tiempos de crisis, sucede algo similar: en el afán por ahorrar, una empresa elimina costos visibles, pero también y, sin darse cuenta, recorta capacidades estratégicas esenciales. Entonces, ¿dónde está el verdadero límite entre ahorrar y comprometer el futuro? Esa es una reflexión urgente para las empresas de la región, especialmente en un contexto donde la tecnología, la dinámica del mercado y la presión de los costos son parte del día a día.

En tiempos de presión financiera, la primera respuesta suele ser poner atención en los gastos visibles: reducir personal, posponer inversiones, eliminar presupuestos de actualización tecnológica o formación. En apariencia, esas decisiones mejoran el balance en el corto plazo. Sin embargo, la verdadera pregunta es: ¿qué estamos sacrificando al hacerlo? Porque reducir el equipo comercial puede afectar el crecimiento futuro, reemplazar un proveedor de calidad por uno más barato puede comprometer la satisfacción del cliente y detener las inversiones en tecnología puede hacer que la empresa quede rezagada frente a competidores más ágiles. Ahorrar es importante, pero no cualquier ahorro es inteligente. Sin un análisis estratégico, recortar puede transformarse en amputar el potencial del negocio.
Invertir mejor
Las empresas que sobreviven y crecen aprenden a diferenciar entre los costos malos —aquellos que no agregan valor real— y los costos buenos —aquellas inversiones que sostienen o amplifican las capacidades estratégicas. Por tanto, antes de tomar cualquier decisión de ahorro es clave hacerse preguntas esenciales: ¿esta reducción impacta la propuesta de valor frente a los clientes?, ¿se está eliminando un ítem que diferencia?, este gasto, aunque alto, ¿sostiene la resiliencia o la competitividad a largo plazo?
El ahorro es la consecuencia inteligente de un camino claro, no el objetivo ciego de la urgencia. Ahorrar de forma estratégica significa rediseñar procesos, adoptar tecnologías que optimicen recursos y enfocar los esfuerzos en actividades que realmente potencien el negocio.
Por ejemplo, tecnologías como la nube no son un lujo, son habilitadores esenciales que permiten a las pequeñas y medianas empresas competir de igual a igual con jugadores más grandes, acceder a mejores prácticas de seguridad y aprovechar inteligencia de datos para tomar decisiones más rápidas y acertadas
El costo invisible de no invertir
Quizás el costo más peligroso es el que no se ve: el costo de no innovar, de no prepararse y de no construir capacidades nuevas. El mercado sigue avanzando y nada hacer es, en sí mismo, una apuesta arriesgada y también una decisión. Porque quedarse rezagados frente a competidores que ya aprovechan el análisis de datos, la automatización de procesos o el acceso flexible a infraestructura en la nube puede ser mucho mayor que cualquier inversión inicial.
Hoy, más que nunca, esta reflexión es relevante. Conceptos como los datos, Inteligencia Artificial, disponibilidad de los servicios y capacidad de cómputo escalable, son pilares que marcan la diferencia competitiva y lo que entrega significado y compromiso en la cadena de valor, y el valor que perciben los clientes, quienes son finalmente lo que más importa.

Con todo, austeridad está bien, hasta que se recorta la oferta de valor y el valor diferencial. Entonces, solo resta esperar la usual implosión.