Cada jornada electoral es una oportunidad para medir la modernidad del Estado y su capacidad de adoptar tecnologías que mejoren la vida de las personas.

En el mundo, la inteligencia artificial ya cumple un rol clave: en Estados Unidos ayuda a detectar patrones inusuales y posibles fraudes; en el Reino Unido anticipa campañas de desinformación; y en los Países Bajos optimiza la movilidad para asegurar acceso equitativo a los centros de votación.
Ni siquiera hablamos aún del voto electrónico con smart contracts, aunque la tecnología existe.

Estas experiencias muestran que la IA no define resultados, pero sí mejora procesos, anticipa riesgos y fortalece la participación.
En Chile, su uso responsable podría
transformar la logística electoral, el análisis de datos y la confianza pública.

El futuro no será de quien solo adopte tecnología con una vase de IA en su ADN, sino de quien la gobierne con transparencia y
propósito.
Bien aplicada, la IA es un aliado para el desarrollo y para instituciones más eficientes y cercanas.




