Por años, la inteligencia artificial se asoció principalmente con chatbots, recomendaciones de productos o automatización básica. Sin embargo, estamos entrando a una era distinta: la de la IA Agéntica (Agentic AI), sistemas autónomos capaces no solo de responder, sino de planificar, decidir y ejecutar tareas complejas sin intervención humana constante.

Estos agentes inteligentes funcionan como gestores digitales: monitorean información en tiempo real, coordinan acciones, evalúan resultados y se adaptan sobre la marcha. Imaginemos un equipo de trabajo que nunca duerme, aprende con cada interacción y puede gestionar decenas de procesos en paralelo. A eso apuntan los agentes de IA.
En la era digital, la velocidad y la precisión en la toma de decisiones se han convertido en factores críticos de competitividad. Los agentes de IA no solo responden preguntas o ejecutan tareas puntuales: actúan como colaboradores digitales que piensan, planifican y actúan de forma autónoma, permitiendo que las empresas operen con un nivel de agilidad antes imposible.

Su impacto se percibe en varias dimensiones: eficiencia operativa sin precedentes, escalabilidad inteligente, decisiones basadas en datos en tiempo real, optimización continua y ventaja competitiva sostenible. Y aunque en Chile el término IA Agéntica aún no es de uso masivo, el terreno está fértil. Según la Cámara de Comercio de Santiago, el sector de inteligencia artificial nacional podría mover US$ 1.000 millones en 2025, con más de 400 empresas y 14.500 empleos directos.
En minería, por ejemplo, la combinación de IA y agentes autónomos promete optimizar logística, mantenimiento predictivo y seguridad, con impactos en productividad de hasta un 15%. En agroindustria, los agentes podrían supervisar cultivos 24/7, ajustando riego o detectando plagas en tiempo real. En fintech, startups locales ya experimentan con agentes para evaluar riesgos crediticios, automatizar auditorías y responder a clientes de forma proactiva.

La adopción de agentes no solo es una carrera tecnológica, sino que también un desafío de gobernanza y sostenibilidad. Estos sistemas requieren potencia de cómputo y grandes volúmenes de datos, lo que implica también considerar su huella ambiental y las normativas que aseguren un uso ético y seguro.
Proyectos como IAméricas, impulsados por el BID y Adigital, apuntan a que América Latina —y Chile en particular— pueda implementar IA avanzada de forma responsable, combinando capacitación en nuevas habilidades (como ingeniería de prompts) con infraestructura y marcos regulatorios adaptados.
La pregunta, entonces, no es si las empresas chilenas adoptarán IA Agéntica, sino cuándo y a qué velocidad. Quienes integren estos agentes de forma temprana podrán responder al mercado con más agilidad, reducir costos, innovar en sus modelos de negocio y anticiparse a la competencia.
Si la primera ola de IA nos enseñó a preguntar, esta nueva ola de agentes nos enseñará a delegar. Y en un país que busca diversificar su economía, esa podría ser la ventaja competitiva que marque la diferencia en la próxima década.
