El mapa global de la ciberseguridad está cambiando a gran velocidad, y América Latina está dejando de ser un “escenario secundario”.

Los últimos análisis del Centro de Ciberinteligencia de Entel Digital (CCI) evidencian una evolución significativa del panorama de amenazas, marcado por la creciente sofisticación de los ataques, la automatización impulsada por Inteligencia Artificial (IA) y un reacomodo geopolítico que sitúa a la región como escenario principal del ciberespionaje. Esta transición exige un cambio de mentalidad urgente: la región debe dejar de reaccionar y empezar a anticiparse.
Las cifras son elocuentes. El ransomware se consolida como la amenaza predominante, representando el 38% de todos los incidentes registrados a nivel global y regional. Su modelo de negocio ha evolucionado con la proliferación de plataformas de Ransomware-as-a-Service (RaaS), que permiten a ciberdelincuentes sin conocimientos técnicos sofisticados lanzar ataques devastadores con un costo marginal. A esto se suma un aumento del 30% en la actividad del cibercrimen organizado, potenciado por el uso de IA para automatizar procesos, hacer más creíbles las campañas de phishing y acelerar la explotación de vulnerabilidades.

La situación se agrava con el incremento de las Amenazas Persistentes Avanzadas (APT). El CCI registró durante 2025 la presencia activa de 85 grupos de ciberactores, lo que implica un aumento del 23,2% respecto de 2024. Estos actores, muchos vinculados a intereses estatales o geopolíticos, están expandiendo sus operaciones hacia la infraestructura crítica de la región: energía, telecomunicaciones, salud, transporte y servicios financieros. La amenaza ya no es solo económica: hablamos de un riesgo directo para la estabilidad social y política de nuestros países.
La urgencia es clara: la región debe fortalecer su resiliencia cibernética mediante un enfoque integral. Esto implica avanzar en políticas públicas robustas, como la Ley Marco de Ciberseguridad recientemente aprobada en Chile, que establece estándares para infraestructura crítica y crea una Agencia Nacional de Ciberseguridad.

Pero no basta con leyes: se requiere coordinación regional, intercambio de inteligencia y colaboración público-privada. El ciberespacio no reconoce fronteras, y enfrentar amenazas globales con respuestas aisladas es una receta para el fracaso.
Además, las organizaciones deben incorporar arquitecturas avanzadas de seguridad, como el modelo Zero Trust, junto con planes de continuidad operacional y respuesta a incidentes probados regularmente. La capacitación es igualmente crítica: no sólo de especialistas, sino de toda la cadena de personas que participa en los procesos.

América Latina vive hoy un punto de inflexión en ciberseguridad. Prepararse ya no es una opción, es un imperativo.



