Con más de dos décadas inmerso en el mundo de la conectividad, los servicios digitales y la infraestructura crítica, he sido testigo de una transformación vertiginosa: pasamos de enlaces dedicados de baja capacidad a entornos multicloud que se despliegan en minutos.
Virtualizamos servidores, distribuimos cargas, automatizamos procesos. Y, sin embargo, una pregunta sigue rondando mi mente: ¿hasta qué punto las organizaciones están verdaderamente conectadas… más allá de la tecnología?
Conectar no es solo tener un buen enlace o un firewall de última generación. Es mucho más que eso. En este tiempo he conocido empresas que dicen haber digitalizado sus procesos, pero aún dependen de planillas manuales. Que migraron a la nube sin rediseñar su arquitectura. Que compran herramientas de ciberseguridad sin construir una cultura de protección digital. Es como tener un data center sin saber qué datos importan realmente.
Desde mi rol actual, escucho a organizaciones de distintos tamaños y sectores que quieren avanzar, pero sienten que su infraestructura les queda chica o que ya no comprenden del todo su complejidad tecnológica. Y ahí es cuando veo con claridad algo que he aprendido una y otra vez: no es la tecnología la que limita a las empresas. Es la falta de visión sistémica.
Estar conectado no es tener más megas. Es lograr que los datos fluyan, que las decisiones se sincronicen, que las operaciones reaccionen con inteligencia. Y para eso, se necesita algo más que fierros. Se necesita diseñar arquitecturas híbridas que conversen con el negocio, no solo con los ingenieros, eliminar la fricción entre los flujos de datos, las decisiones y la experiencia del cliente, democratizar el acceso a tecnología robusta, incluso en lugares donde otros no llegan. Y, sobre todo, abrazar una cultura tecnológica que vea la infraestructura como un habilitador, no como un freno.

Esto es especialmente urgente en tiempos donde la ciberseguridad ya no es opcional. En Chile, la reciente entrada en vigor de la Ley Marco de Ciberseguridad (Ley Nº 21.663) representa un paso clave para proteger la infraestructura crítica del país. Pero la ley, por sí sola, no basta. Necesitamos acción coordinada, visión compartida y soluciones diseñadas para responder al riesgo real.
En el mes de las telecomunicaciones, invitamos a líderes empresariales y tecnológicos a hacerse preguntas incómodas. No se trata solo de tener una buena conexión: se trata de cuánta inteligencia fluye por ella. De si nuestra infraestructura nos impulsa o nos limita. De si estamos conectados… realmente conectados. Porque al final del día, la verdadera conectividad no es un asunto técnico. Es una decisión estratégica.