En los últimos años, las empresas latinoamericanas han invertido millones en modernizar sus infraestructuras tecnológicas. Pese a esto, gran parte de ellas siguen dependiendo de un único proveedor para operar, escalar o incluso migrar sus servicios. La paradoja es que mientras avanzamos hacia la digitalización, lo hacemos dentro de ecosistemas cerrados que limitan la autonomía.

El problema no es solo técnico. Es también una cuestión de control y soberanía operativa. Cuando una organización no puede mover sus cargas de trabajo entre hipervisores o entornos de nube sin enfrentar meses de migraciones manuales, costos imprevistos y validaciones interminables, lo que se pierde no es solo tiempo: se pierde capacidad de reacción. Las dependencias tecnológicas se transforman en limitaciones estratégicas, y la modernización deja de ser una oportunidad para convertirse en una trampa de largo plazo. ¿Cómo puede una empresa ser ágil si su infraestructura no lo es?
Latinoamérica enfrenta, además, brechas estructurales que agravan el escenario. La escasez de talento especializado en virtualización, redes y cloud híbrido frena proyectos clave, mientras que la coexistencia de sistemas heredados con nuevas plataformas multiplica la complejidad. En mi experiencia trabajando con operadores y grandes empresas en América Latina, hemos visto cómo la dependencia de hipervisores propietarios y la falta de visibilidad sobre los costos reales de licenciamiento y soporte elevan los gastos operativos y ralentizan la transición hacia entornos más flexibles.

Resolverlo requiere un cambio de enfoque. No se trata de reemplazar un proveedor por otro, sino de diseñar infraestructuras capaces de moverse con libertad. La portabilidad —esa palabra que rara vez aparece en las estrategias corporativas— debería ser el nuevo estándar. Poder convertir, trasladar y validar máquinas virtuales de forma automatizada entre distintos entornos no solo reduce costos: aumenta la resiliencia. En un escenario de amenazas crecientes y regulaciones cambiantes, contar con procesos replicables, auditables y reversibles puede marcar la diferencia entre una empresa que se adapta y otra que queda atrapada en su propio sistema.
Por lo tanto, la independencia tecnológica no es un ideal, sino una condición para competir. Las organizaciones que han adoptado metodologías abiertas, automatización de migraciones y gestión centralizada de redes y seguridad logran liberar talento y recursos para lo realmente estratégico: innovar. La transformación digital no puede seguir dependiendo de tareas manuales, formatos incompatibles ni ciclos de prueba y error que inmovilizan la operación.

Como región, estamos en un punto de inflexión. La infraestructura heredada y los modelos cerrados ya no responden al ritmo de la economía digital. Afortunadamente, hoy existen alternativas como tecnologías abiertas, arquitecturas contenerizadas y herramientas de automatización capaces de eliminar barreras históricas entre hipervisores y nubes. Lo que falta, en muchos casos, es decisión para abandonar la comodidad del statu quo.
Los tomadores de decisiones deben poner la interoperabilidad y la independencia tecnológica en el centro de su estrategia. La capacidad de mover datos, aplicaciones y servicios con autonomía definirá qué organizaciones estarán listas para adaptarse a los cambios que vienen. En un entorno de disrupción constante, depender de un solo proveedor no es eficiencia, es vulnerabilidad. Y ese costo, tarde o temprano, siempre se paga.




