España demuestra que una estrategia de innovación pública y privada puede escalar con velocidad y foco, generando impacto real en lo territorial y lo productivo.

Desde ciudades medianas con inteligencia artificial hasta centros de supercómputo que abordan desafíos globales, su modelo combina políticas habilitantes, talento calificado y una visión país compartida.
Chile enfrenta retos similares —como la urgencia por descentralizar, modernizar la gestión institucional y fortalecer a las pymes—, pero aún no da el salto estructural: convertir la tecnología en un motor de desarrollo y no solo en un soporte operativo.

Chile aún carece de una visión de Estado que entienda la innovación como una política transversal y estratégica. Hoy predomina un enfoque fragmentado: infraestructuras inconexas, brechas de talento sin resolver y escasa capacidad para traducir conocimiento en soluciones con impacto territorial. Cada región intenta enfrentar sus desafíos digitales por su cuenta, sin marcos habilitantes comunes ni continuidad institucional.
Las cifras no mienten...
Las cifras confirman esta diferencia estructural. España destina el 1,43% de su PIB a I+D+i, en tanto Chile apenas supera el 0,39%, ubicándose entre los últimos de la OCDE. Y aunque más del 90 % de las grandes metrópolis europeas tienen planes de ciudad inteligente, en nuestro país solo algunos municipios del sector oriente de Santiago concentran avances tangibles. Las Condes, Vitacura, Providencia y Lo Barnechea lideran, mientras las comunas de menores ingresos enfrentan limitaciones institucionales severas. Esa desigualdad reproduce una brecha digital territorial que sigue creciendo.
Este desafío exige un enfoque sistémico. No basta con tener startups dinámicas o municipios innovadores. Chile necesita una arquitectura digital nacional que articule lo público, lo privado, la academia y los territorios. Se trata de salir del piloto, escalar las soluciones con interoperabilidad, estándares técnicos y visión de largo plazo.

Por eso, experiencias como la Misión Innovamos 2025 —en la que tuvimos la oportunidad de participar como ACTI— son clave. Allí observamos cómo otras economías integran innovación en sectores críticos —infraestructura, salud, logística— no desde cero, sino sobre bases consolidadas de gobernanza. Vimos también que las tecnologías más avanzadas —como la robótica aplicada al transporte o el supercómputo— son oportunidades reales para quienes se atreven a vincular, adaptar y ejecutar.
Como gremio, nuestro rol es conectar capacidades, acelerar aprendizajes y tender puentes entre quienes pueden transformar el país desde la tecnología. Lo que está en juego no es solo productividad o competitividad: es la posibilidad de impulsar un desarrollo más justo, sostenible y territorialmente equilibrado. Para lograrlo, la innovación no puede seguir tratándose como un accesorio. Debe asumirse como un eje estructural del Chile que queremos construir.
