En estos últimos meses he leído y escuchado a varios referentes globales hablar respecto de la inteligencia artificial. Uno de ellos, Mo Gawdat (exdirector comercial de Google X), quien plantea algo que me quedó dando vueltas: el verdadero riesgo no es la IA en sí, sino quién la controla. Y es que, por primera vez en la historia, estamos creando algo que puede superar nuestra capacidad de pensar, decidir y crear.

El punto crítico es claro: si ponemos una herramienta más inteligente que nosotros en manos equivocadas, el resultado puede ser desastroso. Entonces, la tan comentada IA nos pone frente a dos caminos muy distintos.
Por un lado, utopía, es decir, un espacio donde la tecnología se usa para que todos vivamos mejor, con abundancia, tiempo para la familia, conexión real y líderes humanos o, incluso, IA que ubique al bienestar de las personas por encima del beneficio propio. Por otro, distopía, donde la riqueza y el poder se concentran en manos de unos pocos, las libertades se reducen, las relaciones humanas se enfrían y la mayoría vive dependiendo de sistemas que no entiende ni controla.

Y Mo es claro: antes de llegar a la utopía, pasaremos por un periodo complejo, donde la desigualdad puede aumentar y la clase media desaparecer.
Entonces, si la IA puede hacer nuestro trabajo, producir energía infinita y fabricar lo que se quiera a costo casi cero, ¿qué nos quedará como seres humanos? La respuesta, para mí, es evidente: nuestra capacidad de conectar, de amar y de crear juntos. Porque la tecnología puede darnos comodidad, pero no puede reemplazar una conversación profunda, una mirada sincera o la sensación de pertenecer a una comunidad. Por eso, en este futuro que viene, las relaciones humanas serán nuestro activo más valioso. No se trata solo de adaptarnos a las nuevas herramientas, sino de usarlas para fortalecer lazos y no para sustituirlos.

La IA no tiene moral propia. Aprenderá de nosotros. Y si las decisiones las toman líderes que priorizan el control, la manipulación o el beneficio económico a corto plazo, el daño será profundo y duradero. Necesitamos que el desarrollo y uso de la IA esté guiado por principios claros: ética y transparencia; respeto a la libertad individual; protección de la verdad frente a la manipulación; y búsqueda del bienestar colectivo, no de intereses aislados. Como sociedad, tenemos que involucrarnos. No podemos dejar que las decisiones se tomen en salas cerradas lejos de la mirada pública.
El momento es único: la tecnología puede liberarnos o esclavizarnos. No es un asunto solo de ingenieros o políticos, es un tema que nos involucra a todos. El futuro no dependerá solo de lo avanzada que sea la IA, sino de la calidad humana de quienes la guíen. Por eso, mi invitación es simple: sigamos fortaleciendo nuestras relaciones, cultivemos empatía y no olvidemos que, al final, lo que nos hace humanos no es lo que producimos, sino que cómo nos tratamos entre nosotros. Porque en el futuro, cuando todo sea posible con un clic, lo único insustituible será lo que sentimos por los demás.
