El Foro Económico Mundial (WEF), junto a Accenture, publicaron su informe anual sobre transición energética global, y la noticia es clara: el mundo atraviesa una fase de desaceleración. Pese a esto, no significa que la sostenibilidad esté muriendo. Todo lo contrario: los fundamentos que la sostienen son más sólidos que nunca.

El estudio «Fostering Effective Energy Transition 2025» muestra que el progreso hacia sistemas energéticos sostenibles, seguros e inclusivos se ha estancado por tercer año consecutivo. Las emisiones globales siguen altas, y las brechas entre países desarrollados y emergentes se amplían. Pero también deja señales inequívocas de que la transformación no se detuvo: los marcos regulatorios se siguen endureciendo, el financiamiento climático crece, y las cadenas de valor globales demandan trazabilidad, eficiencia y resiliencia.
La sostenibilidad no retrocede, se redefine
En 2025, hablar de sostenibilidad ya no es una declaración aspiracional. Es una exigencia de mercado. Según datos recientes, más del 80% de las empresas líderes a nivel global han aumentado sus inversiones en sostenibilidad o mantienen su compromiso, incluso en un contexto desafiante.
Las regulaciones como la European Union Deforestation Regulation (EUDR) o la Ecodesign for Sustainable Products Regulation (ESPR) siguen ampliando su alcance. La innovación tecnológica en renovables, almacenamiento y trazabilidad no se detiene. Y los consumidores, especialmente los más jóvenes, continúan demandando coherencia y acción.

América Latina: ¿dónde quiere estar en este nuevo mapa?
Arce asegura que para América Latina, el momento actual representa una encrucijada. Aunque países como Argentina, Uruguay o Costa Rica lideran el índice de transición energética regional, otras economías enfrentan desafíos estructurales: marcos regulatorios inestables, falta de infraestructura y acceso limitado a financiamiento.
Pero hay algo que no debemos perder de vista: la región cuenta con una matriz energética altamente renovable, recursos estratégicos como litio, cobre e hidrógeno verde, y un capital humano cada vez más comprometido con la transformación. Si se apuesta por políticas públicas inteligentes, alianzas público-privadas y planificación a largo plazo, América Latina y Argentina pueden tomar más protagonismo.

Lo que está en juego: competitividad y resiliencia
Los criterios climáticos influencian el nuevo orden económico internacional. “Acceder a mercados europeos, recibir inversión extranjera o participar en cadenas de valor globales dependerá del cumplimiento ambiental y social”, explica la líder de Sostenibilidad de Accenture. La sostenibilidad se ha convertido en un componente estructural de las estrategias industriales y geopolíticas de las principales potencias.
Si América Latina no acelera su transición, corre el riesgo de quedar fuera de las cadenas de valor que definirán el futuro económico: desde el hidrógeno verde hasta los minerales críticos y la electromovilidad.

Además, los riesgos de no actuar se hacen más visibles. No hay resiliencia energética sin sostenibilidad. La región necesita sistemas capaces de adaptarse a un entorno volátil, climático y geopolíticamente inestable. Y eso no se logra con soluciones del pasado.
En lugar de ver los retrocesos globales como una señal para frenar, América Latina debe leerlos como un llamado a liderar. La transición no está muriendo: está evolucionando. Y quienes sepan adaptarse con agilidad e inteligencia estratégica, serán quienes capitalicen las oportunidades.





